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miércoles, 4 de julio de 2012

Rieles del Sur

El tiempo pasa y la modernidad avanza, pero en la Patagonia todavía se respiran aires de otra época y se viven experiencias de un pasado lejano que aún perdura. Tal es el caso de los trenes que sobreviven en el remoto sur como La Trochita, el Tren del Fin del Mundo y el Tren Patagónico. “El tren se puso en marcha con dos pitadas y una sacudida. A nuestro paso volaron por las vías unos avestruces con el plumaje esponjado como humo. Las montañas eran grises y parecían estremecerse bajo el resplandor del sol. A veces algún camión borroneaba el horizonte con una nube de polvo.”

CONVOY DE JUGUETE. La Trochita es un mito que atrae a gente de todo el mundo, entre otros, escritores como Paul Theroux y Bruce Chatwin. No en todos lados hay un tren de vapor cuyas dimensiones lo transforman en un simpático “convoy de juguete” que va de los Andes a la estepa reviviendo sensaciones de los primeros pioneros. Si bien el tren originalmente iba de Esquel a Ingeniero Jacobacci, hoy la excursión clásica va hasta Nahuel Pan –a 20 kilómetros de Esquel–, donde hay artesanías y se visita el Museo de Culturas Originarias Mapuche y Tehuelche. Y cada febrero llega a El Maitén, donde se hace la Fiesta Nacional del Tren de Vapor. La historia de La Trochita –cariñosamente llamada así por lo angosto de su trocha de 75 centímetros– se remonta a comienzos del siglo XX, cuando pocos eran los trenes de la región más austral del país. En 1908 se sancionó una ley para desarrollar las comunicaciones en Patagonia y, aunque el proyecto se estancó en la Primera Guerra Mundial, luego se construyó el ramal a Esquel usando una trocha económica de 0,75 metro. En 1921 se hizo el tendido y al año siguiente compraron los inconfundibles vagones de madera de la firma belga Famillereux. Los coches hoy conservan, como única calefacción, salamandras alimentadas con leña por los propios pasajeros mientras se ceban mate. Hacia 1935 comenzaron a funcionar los primeros tramos de la línea y en 1941 el ferrocarril llegó a El Maitén, donde siguen funcionando los talleres y se conservan joyas mecánicas como las locomotoras Baldwin y Henschel. Finalmente, el 25 de mayo de 1945 el trencito entró a Esquel y, desde entonces y hasta principios de los ’70, cumplió un importante papel en el desarrollo económico y social de la región. Con el tiempo el progreso fue avanzando, las rutas mejoraron, se modernizaron los camiones y, paulatinamente, el transporte automotor desplazó al ferrocarril. El deterioro de la red fue inevitable y en 1992 se anunció el cierre del ramal, junto a otros trenes del país que nunca más volvieron a andar. Pero distinta fue la suerte de La Trochita. Ya se había hecho célebre –a través de la prensa, la literatura y el cine– y era muy querida por todos. Al momento del cese muchas fueron las voces que se alzaron evitando el cierre definitivo y en 1999 fue declarada Monumento Histórico Nacional.

ENTRE CORDILLERA Y MAR. El Tren Patagónico cruza la provincia de Río Negro de punta a punta, uniendo la cordillera con el océano Atlántico a lo largo de 826 kilómetros. Cada domingo, a las 18, apenas sale de Bariloche el tren deja atrás el lago Nahuel Huapi y sus bosques para entrar en la meseta y en la llamada Línea Sur, una sucesión de pequeños pueblos hilvanados por las vías del tren. Este ferrocarril cumplió un rol fundamental en la economía local. Su historia comienza en 1908, cuando se dispuso construir el Ferrocarril Puerto San Antonio-Lago Nahuel Huapi, aunque recién llegó a Bariloche en 1934. En la década del 90 el ex presidente Carlos Menem desmanteló la mayoría de los ferrocarriles, pero a comienzos del nuevo milenio se reactivó la producción y hubo demanda de transporte de carga entre los puertos del Atlántico y del Pacífico. De este modo, este tren no es sólo turístico, sino que satisface la demanda social de una vía de comunicación económica y eficiente para los habitantes de la zona. Entrelazándose con las vías del tren corre la RN 23, carretera que para los locales equivale a la mítica 40, porque ambas fueron trazadas siguiendo antiguas huellas tehuelches. Por aquí pasaron viajeros y exploradores como el perito Moreno y el inglés George Musters, que entre 1869 y 1870 hizo un periplo increíble (de Punta Arenas a Carmen de Patagones) con una tribu tehuelche, y cuyo resultado fue el genial diario de viajes Vida entre los patagones. Uno a uno pasan los “pueblo-estación” que parecen detenidos en el tiempo: Pilcaniyeu, Comallo y Clemente Onelli. Los yacimientos de diatomita indican la cercanía de Ingeniero Jacobacci, localidad ferroviaria hasta la médula donde se unen la trocha ancha del Tren Patagónico con la angosta de La Trochita. A 75 kilómetros está Maquinchao, viejo paradero indígena bien conocido por los exploradores que luego se llenó de establecimientos ganaderos laneros. Finalmente se llega a Los Menucos (a 350 kilómetros de Bariloche), Capital Nacional de la Piedra Laja, y con una gran tradición de canteristas. Este pueblo se encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, vocablo mapuche que significa “piedra que suena o habla”. Esta vasta altiplanicie basáltica de 150.000 km2 presenta un relieve volcánico con algunos cerros que rondan los 1900 metros. Si bien es desértica, la meseta tiene lagunas temporarias y arcillosas con aves. En tiempos remotos hubo ingresiones marinas, de las que hoy se pueden ver restos de bivalvos y caracoles. Muchos de estos pueblos se pasan de noche, mientras se cena o se toma una cerveza en el coche comedor o se disfruta de un film en el coche cine. A la mañana siguiente, a las 8.00, se llega a San Antonio Oeste, y desde allí se puede ir a Las Grutas, a sólo 15 kilómetros. Este balneario que aún conserva calles de tierra está a orillas del Golfo San Matías y tiene tres kilómetros de playas de arena y amplios médanos. Por su latitud, goza de doce horas de luminosidad en verano. Pero lo más llamativo es la temperatura del mar: gracias a una serie de factores oceanográficos, geográficos y atmosféricos, el agua ronda los 24C y 27C, la más cálida del litoral marítimo argentino. Si bien toda la Patagonia costera es acantilada, en Las Grutas hay una peculiaridad que da nombre al balneario: la presencia de grutas esculpidas en rocas sedimentarias marinas durante millones de años.

TREN PRESIDIARIO. Un viaje en el Tren del Fin del Mundo o “Tren de los Presos” es un paseo por la historia de este rincón del globo ligado al antiguo presidio y a los orígenes de Ushuaia, la ciudad más austral del planeta. Corría el año 1895 cuando el presidente argentino Julio Roca ordenó establecer una colonia penal en la actual Ushuaia. En 1902 los propios reclusos comenzaron a levantar el edificio del penal. La construcción se hizo con materiales de la zona: roca basáltica, madera de los bosques, arcilla y arena de los riachos cercanos. Pero su traslado se hacía arduo y lento, por lo que el director del penal pidió comprar rieles tipo Decauville. Mientras esperaban los rieles (que recién arribaron en 1908) utilizaron unos de madera y armaron un xilocarril (tren de madera) con bueyes que arrastraban los pequeños vagones de carga. Este humilde transporte, con una trocha de menos de un metro de ancho, fue el origen del tren más austral del mundo. A partir de 1909, el pequeño tren de los presos se desarrolló velozmente con una trocha de 60 centímetros. Salía todos los días del presidio al campamento de tala de bosques, cruzando la ciudad por la costanera, por la actual avenida Maipú. Con el correr del tiempo se aumentó el número de las máquinas y vagones, y el tren comenzó a usarse también para carga de mercadería del muelle al presidio. El tren contó con locomotoras como la Orenstein & Koppel y la Jüng. En la actualidad se pueden ver la Nº 2 (Orenstein & Koppel) y un coche en el predio del Museo de la Prisión. En un comienzo, y durante dos décadas, el tendido ferroviario corría por la ladera este del Monte Susana, pero cuando las locomotoras originales no pudieron subir las partes más elevadas el ramal continuó por el centro del valle del río Pipo, en lo que hoy es el Parque Nacional Tierra del Fuego. El área protege la zona más austral de los Andes, el bosque subantártico, cuya principal especie es el Nothofagus (lenga) y rojizos turbales que dan un gran colorido al verde predominante de la isla. El presidio fue clausurado en 1947 por el presidente Juan Domingo Perón, por razones humanitarias. Entretanto, en 1949 hubo un terremoto y gran parte del tendido ferroviario quedó bloqueado: los días del tren estaban contados. El gobierno trató de ponerlo en servicio nuevamente, pero finalmente dejó de circular en 1952. Cuarenta y dos años después de su último servicio, en 1994, el “Tren de los Presos” retomó su recorrido histórico pero convertido en tren turístico y a cargo de una empresa privada. En la actualidad es la vía férrea en funcionamiento más austral del mundo. El tramo reconstruido tiene ocho kilómetros (antes eran 25) y la trocha tiene 60 centímetros en vez de 50. Hay dos locomotoras de vapor y cuatro diésel. El recorrido es la parte final de la línea que unía el presidio con los campos de trabajo en el bosque. El tren sale de la estación Fin del Mundo, que está continuando la RN 3, ocho kilómetros al oeste de Ushuaia, cerca del valle del río Pipo, entre el monte Susana y la cadena montañosa Le Martial. La pintoresca estación alberga salón de espera, baños, boletería y boutique de souvenirs. Los rústicos vagones de carga han sido reemplazados por cómodos coches rojos. El tren parece de juguete y sus coches son tan pequeños que es necesario agacharse un poco al entrar. Una vez en marcha, desde los ventanales se aprecia una parte del Parque Nacional donde casi no hay árboles luego de tanta explotación forestal por parte de los presos. En la estación Cascada de la Macarena los pasajeros pueden descender por quince minutos. Entretanto, una entretenida y novelada voz en off (con traducciones a varios idiomas) relata la historia del tren y las penurias vividas por reclusos con trajes a rayas en el fin del mundo.




Fuente : Pagina 12

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