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martes, 18 de octubre de 2011

Trenes y escuelas tienen problemas parecidos

Fueron dos grandes estrategias de Sarmiento para fundar la Argentina moderna. Hoy languidecen juntos y comparten desastres: los de la negligencia y el cortoplacismo. Todavía se escuchaban los ecos del Himno a Sarmiento en los festejos escolares del Día del Maestro, cuando el 13 de septiembre a las 6:23 de la mañana se produjo, a metros de la estación de Flores, la gravísima tragedia. La filmación de los minutos previos que luego vimos por televisión era la espeluznante crónica de un desastre anunciado. Todos vimos cómo, jugando a la ruleta rusa con más desidia que osadía, los automóviles cruzaban las vías eludiendo la barrera baja, y rota, del paso a nivel del ferrocarril hasta que aconteció por fin lo que era obvio que sucedería. El Sarmiento, el tren, arrolló al colectivo que cruzaba, descarriló y embistió al tren que venía en la dirección opuesta dejando 11 muertos y 228 heridos. Escribía yo ese día un artículo sobre la situación de la escuela pública a propósito de los actos escolares a los que había asistido por el Día del Maestro. Y el “accidente” del tren Sarmiento me abrió una perspectiva complementaria: los trenes y las escuelas comparten un origen y probablemente más de un problema. Los trenes y las escuelas públicas fueron dos de las principales estrategias que Sarmiento diseñó para la construcción de la Argentina moderna. Durante su presidencia fundó 800 escuelas y construyó 800 kilómetros de vías férreas, convencido de que las comunicaciones y la educación permitirían la integración política y económica de la Nación. Aquellas obras de ingeniería social y política comparten desde hace tiempo una crisis sostenida. Hoy los trenes, incendiados, estrellados, desbordados, muestran el agotamiento de un sistema ferroviario que a falta de obras y planes de inversión a largo plazo ha quedado en el atraso, lo que se manifiesta en desastres como el de Flores o en la muerte cotidiana de viajar como ganado. Como la red ferroviaria, la escuela pública languidece. El sistema educativo evidencia sus desastres y entraña sus propios “accidentes” como la bajísima calidad y la imposibilidad de garantizar igualdad de oportunidades. Argentina, como se sabe, es el país en el cual el 50% de los jóvenes de 15 años no comprende la lectura de un texto sencillo y tiene los mayores niveles de desigualdad educativa entre los más ricos y los más pobres según la evaluación PISA. La escuela sarmientina no puede cumplir con su principal legado que es formar ciudadanos plenos borrando las desigualdades de cuna. La buena noticia es que existen en diversos lugares del mundo interesantes experiencias que permitieron mejorar los sistemas educativos y que arrojan luz sobre la opacidad que rodeaba la ardua tarea de cambiar nuestras escuelas. Las investigaciones sobre estas experiencias ofrecen algunos hallazgos importantes. El principal es que un sistema educativo puede mejorar de forma significativa independientemente de cuál sea su punto de partida, en contextos diferentes y con distintos niveles de renta y, sobre todo, puede empezar a mostrar signos de mejora en poco tiempo, menos de 6 años, según se comprobó recientemente en el informe McKinsey, el más completo estudio de reformas del sistema educativo a nivel global, publicado en 2010. Hay, sin embargo, un conjunto de estrategias que no logran mejoras y que sin embargo constituyen buena parte de las decisiones de algunos gobiernos porque se ajustan a simplificaciones ideológicas o bien porque lucen electoralmente, pero son estrategias erradas que convendría evitar. Michael Fullan, uno de los principales especialistas del mundo en cambio educativo, acaba de señalar cuatro de esos errores de estrategia. Primer error: poner el foco en la rendición de cuentas en vez de en la construcción de capacidades. No es la mera presencia de estándares o evaluaciones lo que mejora la enseñanza sino lo que se hace a partir de ellos para generar nuevas habilidades y reconocimientos. Segundo error: buscar la calidad docente promoviendo lo individual en vez de promover las soluciones de equipo. No se trata de responsabilizar a cada docente sino generar sistemas de formación docente de calidad y buenos equipos de trabajo en cada escuela. Tercer error: apostar a la tecnología en vez de a la enseñanza. Ningún país ha mejorado su educación por usar la tecnología como mascarón de proa. Cuarto error: introducir soluciones fragmentadas en vez de buscar soluciones sistémicas. No hay una solución única, hay que hacer varias cosas conectadas entre sí y sostenidas en el tiempo, lo que requiere un buen plan y liderazgos que generen sinergia. A esta altura ya se sabe bastante bien qué es lo que hay que hacer para mejorar y además se sabe que la mejora no llevará demasiado tiempo. En los trenes como en las escuelas hay un tipo de desastres, los que produce la negligencia o el cortoplacismo , los que se podrían haber evitado; los desastres imperdonables, que además de estremecer, comprometen a encontrar soluciones efectivas y profundas. Y sobre todo, sabiendo cómo prevenirlos, nos hacen a todos responsables.



Fuente : Clarin

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