Mar del Plata le debe mucho al ferrocarril. El primer tren llegó el 26 de septiembre de 1886 a la actual ciudad balnearia, en ese entonces una pequeña villa casi desconocida, impulsado por una locomotora Beyer Peacock.
Estos 131 años de historia bien podrían ser una metáfora de un país que
pasó de la opulencia a la mediocridad a la velocidad de un tren bala.
En sus inicios, las familias porteñas más pudientes sustituyeron sus
veraneos en sus quintas de San Isidro o Floresta por las playas
marplatenses, y los carruajes por el tren como medio de transporte.
El trayecto de 404 kilómetros, en el Ferrocarril del Sud (el Roca), duraba 10 horas, con paradas intermedias, y se lo consideraba un “placer”.
Comidas y vagones de madera lustrosa, alojamientos de primera y un
vagón exclusivo para el traslado de caballos. Era un viaje a toda
orquesta, hacia un destino con perfil aristocrático.
En los años 30 y 40, el tren
empezó a vincular a la ascendente “clase media” y los planes turísticos a
la costa marplatense. A tono con los tiempos, en 1951 llegó la
nacionalización, los impulsos renovadores y el nacimiento del legendario El Marplatense.
Este convoy, de 12 vagones revestidos en acero inoxidable, representaba
la ostentación del lujo y el confort para viajes de larga distancia.
Cerrado
de punta a punta, disponía de sillones, bares, restoranes y aire
acondicionado, entre otras comodidades desconocidas hasta entonces por
los turistas argentinos. El propio Juan Domingo Perón se entusiasmó y hasta llegó a sugerir que era el tren ideal para valorizar a Mar del Plata.
Resulta curioso, porque esos doce vagones, que integraban El Marplatense, en realidad formaban parte de un tren de superlujo, “The Chessie”,
cuyo objetivo era unir Washington y Cincinnati, un tramo de 960
kilómetros, con un tiempo estimado de 12 horas para cubrirlo. Aquella
iniciativa, de la compañía Budd & Co, naufragó -entre otras cosas-
con el surgimiento de dos competidores de los trenes: las líneas aéreas y
el desarrollo del automóvil. Y así, esa formación llegó al país en
1952, comprada por la estatal Ferrocarriles Argentinos a la empresa
Chesapeake and Ohio (C&O), sin uso, flamante y con tarifa
preferencial.
El mito de El Marplatense pasó a
la publicidad. La más recordada, ya en los 70, es la que decía que se
podía llegar a Mar del Plata “en 4 horas y un ratito”.
En
realidad, tal cosa sucedía desde hacía rato porque desde el principio
de esta etapa, la formación era traccionada por la locomotora “Justicialista”, de producción nacional, a una velocidad promedio de 150 km/h. La locomotora original tuvo otro destino, muy lejos de Mar del Plata y por demás llamativo: se trata de una de las piezas “arqueológicas” que integra el museo ferroviario de Baltimore, en los Estados Unidos.
Pasaron
los años, la privatización de los ferrocarriles, la prolongada
electrificación del Roca, los anuncios reiterados y las nuevas
tecnologías.
Así, el “rápido” a Mar del Plata de la
actualidad demora casi 7 horas, sin paradas, frente a las “4 horas y un
ratito” de 60 años atrás.
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