lunes, 9 de noviembre de 2009

Cañuelas: la Estación, la gente, las vías y los trenes (primera parte)

Desde los resoplidos frenéticos de las locomotoras a leña (a cuyos vapores las madres llevaban a sus niños para aliviar la tos convulsa) pasando por la máquina de Diesel (que dejó su impronta de petróleo sobre las piedras y los durmientes, hasta la “chanchita” Fiat que comenzó con la “onda del sesenta” -tapizado cuerina, revestimiento de fórmica y color beige-, para los pasajeros eran casi impensado viajar en otra forma que no sea el tren. Seguro, rápido, económico y puntual. Además, transportaba desde bicicletas hasta mudanzas.
Grandes toneladas de mercadería se desplazaban hacia los centros urbanos, en los trenes de carga.



Esta gran usina de trabajo, tenía a muchos cañuelenses como protagonistas.
De color verde y arena, envuelta en los sonidos de la campana que daba salida a las unidades, del silbato del guarda y la respuesta del maquinista, la estación de Cañuelas era el paisaje habitual para comenzar el día.
En la cabina de cambios recordamos con mucho cariño a Norberto “Pototo” Arrieta, el Sr. Zanardi, y el aceitero Sr. Fessina. Este último era quien revisaba los frenos de los trenes y los acondicionaba con grasa para que no se recalentaran. Desde esta cabina, también se manejaba una especie de puente o rueda cercana al paso a nivel, donde las máquinas “daban vuelta”.
El telégrafo (que funciona con el Código Morse, de puntitos y rayitas) era la comunicación más rápida que había, operada por el Sr. Fussi y el Sr. Floriani.
En el despacho de encomiendas, donde se podía ver cargar desde jaulas de gallinas, patos o cerdos, hasta colchones o máquinas de coser, pasando por todos los enceres de campo, recordamos al Sr. Furia y el Sr. Endara.
Las salivaderas de hierro fundido con arena para las colillas de cigarros, el bebedero de bronce, los largos bancos barnizados de la sala de espera, los baños limpios desinfectados con “fluido Manchester”, el rastrillaje de las piedras de los andenes demostraban la prolijidad del mantenimiento.
Los quioscos de diarios: el del Sr. (Pico) Castellari de madera, sobre la pared que da al mástil; el del Sr. D’amico que era una cajonera puesta sobre el andén entere la oficina del Jefe y la sala de espera, con candado y cadena -ya que él se subía a los trenes a Constitución y viajaba ofreciendo sus revistas vestido de guarda, con saco gris y gorra-. El quisco de golosinas, del Sr. Areco, bajo el frondoso paraíso.
Quienes enganchaban los vagones: el Sr. Alcoba, el Sr. Giordano, el Sr. Raúl Matreló, Sr. Meco García, Sr. Hernández, Sr. Archibaldo.
El padre de Quique, el Sr. Ricardo Alcoba, era el letrista de todos los carteles desde Plaza a Cañuelas.
Eduardo García, el papá de Alberto, era el responsable del autovía, con el que se llevaba al personal a recorrer las estaciones para verificar el mantenimiento de las vías. Cuando la tarea les llevaba mas de un día, disponían de un vagón especial que se dejaba en el lugar donde debían quedarse, a cargo de un ordenanza llamado Ismael Cruz. Esta autovía se desplazaba con una bandera roja en su extremo y el Sr. García desempeñó sus tareas hasta su fallecimiento en el año 1962. Su reemplazo fue el Sr. Fergusson, suegro de Don Rolando Ponce.
Entre las personas que trabajaban en Plaza podemos recordar a Don Pedro Iglesias (inspector de trenes de pasajeros de larga distancia); Juan Ángel Floriani, jefe de combustibles; Hugo Perfumo (vendedor de pasajes de larga distancia); Nino Rivarola, Ricardo Liria -en control de trenes-; Juan Iglesias en la oficina de Informes.
Don Serafín era el guarda que llegaba desde Alvear en el rápido de las 17.30. En época de florescencia de los cardos, el tren estaba envuelto (por dentro y por fuera) en una nube de “panaderos”. Acá se afincaron sus hijas, una casada con Martín y otra con Pippia.
Otro guarda, fanático de los discos de Gardel, era el Sr. Pedro Calderaro.
La comuna era una lugar donde hacían su descanso los guardas que viajaban en el último vagón de tren de carga o combustible -o guardas de relevo- y estaba ubicada en la calle Sarmiento entre Rivadavia y Mitre.
En la Superintendencia de Tráfico recordamos al Sr. Vieri Cerchi, Sr. Álvarez que tocaba el bandoneón, el Sr. José Carloni, el Sr. Roberto Gangoiti.
Su esposa, Adela Mc Gill fue maestra en uno de los vagones en la playa de Cañuelas, dando clases a los empleados para aquellos que no habían terminado sus estudios primarios. (Continuará)

María Emilia Floriani Anita Pfannkuche

Fuente: La informacion online

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